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El consumismo se ha cargado la tradición. Ha creado a niños con escasa tolerancia a la frustración que creen que pueden conseguir lo que quieren solo por pedirlo, y que los Reyes Magos o los adultos están obligados a dárselo. Niños que no valoran el dinero o el esfuerzo y que de mayor serán adolescentes exigentes y caprichosos. Niños que no tienen ni idea de lo que es el deseo o la espera. Que menosprecian lo que tienen porque el exceso de oferta obviamente baja el valor de los bienes, una regla de economía básica que se aplica a los regalos también. Niños que se creen en el centro de la familia y que en muchas ocasiones lo son, y que piensan que tienen derecho a exigir. Adolescentes y jóvenes, más tarde, egoístas y demandantes, que no tienen ni idea de lo que significan conceptos como perseverancia, resiliencia, esfuerzo.
Ese síndrome del niño hiperregalado lo veo constantemente a mi alrededor, lo he visto en las compañeras y amigas de mi hija que recibían auténticas avalanchas de regalos en casa de mamá, en casa de papá, en casa de los abuelos paternos, en casa de los abuelos maternos, en casa de los tíos y las tías, y que se encontraban al final con 20 o 30 regalos que no iban a apreciar, con algunos de los cuales ni siquiera jugarían nunca. Ahora sus padres (mira qué casualidad) se quejan de que sus hijos son impulsivos, respondones, exigentes antojadizos, superficiales, impacientes, difíciles… Recuerdo esa obsesión que tenían cuando su hijo o su hija era pequeño con convertirle en el centro del mundo y me pregunto de qué se sorprenden.
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Hablábamos de cómo los medios de comunicación nos hacen creer que el ritual de hacer las compras navideñas, envolver regalos y ofrecerlos a nuestros seres queridos nos hace felices, pero yo le explicaba que numerosos estudios psicológicos demuestran que en realidad ese ritual de comprar regalos y envolverlos tiene el efecto contrario. Cuando el consumismo se apodera de nosotros y centramos gran parte de nuestra atención en comprar regalos de Navidad, ese comportamiento contribuye muy poco a la alegría navideña. Redunda más bien en ansiedad y depresión. Esos estudios prueban además que, cuando las personas reciben regalos que equivalen a un porcentaje sustancial de sus propios ingresos, lo que les crea el regalo es emociones negativas. Es decir, si usted cobra 1.800 euros al mes y recibe un regalo de 1.000 euros, en lugar de experimentar alegría es muy posible que usted sienta culpa, vergüenza, tristeza, frustración o ansiedad. Porque existe el sesgo de retribución entre los seres humanos. Creemos que estamos obligados a devolver los favores o regalos que nos hacen, y usted sabe que eso no va a poder devolverlo.
"Los Reyes Magos no pueden comprar el amor" Lucía Etxebarria en EL BLOG DE LUCÍA ECHABARRIGA.