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:: arte y abuelos

 
imagen::nicolás barahona - intervención por Jake Vaquero
 
:: Jake, tenía 6 años de edad cuando sus abuelos le llevaron a visitar Consuegra junto a sus hermanos. Los molinos de viento coronaban el cerro Calderico dibujando una estampa absolutamente única. Gracias al Quijote, es imposible pararse frente a ellos sin imaginar las andanzas del hidalgo y su escudero. Estos doce gigantes universales han vigilado desde lo alto el devenir de sus gentes desde el siglo XVI. Algunos años más tarde, el artista visual, en que aquel niño se ha convertido, ha sido capaz de transformar este episodio en material simbólico y plasmarlo en varias de sus obras. Esta visita, y el dibujo infantil que realizó, viene hoy a su memoria en el día de los abuelos. Anzieu afirma que el estado de juego es la razón de la infancia, como lo es también del estado poético; el niño no razona sino que juega con las imágenes de su pensamiento. La experiencia del niño es poca, pero su creatividad, su libertad para relacionar, suple a ese imaginario limitado.

Primeras ideas y reflexiones para el “trabajo de investigación sobre “Arte Infantil” de Jake Vaquero: A lo largo del siglo XX la pedagogía se han interesado por la función del Arte en la Educación Infantil. Los archivos de dibujo infantil pueden constituir bases de datos valiosas para iniciar investigaciones centradas en los valores para la formación integral del alumno. Sin embargo el arte infantil es un concepto muy discutido. La frase “en todo artista habita un niño” designa una realidad que incluye no sólo al artista sino a todo adulto hombre. Se trata de un concepto psicoanalítico que determina la dependencia del adulto de su propia infancia. Según Anzieu, una característica que distingue al artista de los otros adultos es la capacidad de recorrer, en ambos sentidos, el camino que le lleva hacia su infancia pues, aunque muchos adultos pueden recordar maravillosas escenas de su niñez, sólo el artista saca provecho de ellas al plasmarlas en su obra.

:: Consuegra 125



125 Aniversario de la Inundación de Consuegra 11 de Septiembre de 1.891


Cuando hoy 11 de septiembre en todo el mundo se recuerda la matanza terrorista de las Torres Gemelas de Nueva York. Consuegra conmemora el 125 aniversario de la inundación producida por el desbordamiento del río Amarguillo, que a su paso por el casco urbano  se cobró en 1891 la vida de 359 personas, produciendo incalculables daños materiales. Aquel suceso cuya trascendencia puede consultarse en las hemerotecas a través de la prensa de la época, la noticia tuvo repercusión mundial, hasta el diario New York Times lo reportó. Supuso un antes y un después en la historia de la milenaria ciudad de Consuegra, que transformó en gran medida su trazado urbano.

::contaba mi abuelo, descendiente de Consuegra, que a su abuelo se lo llevó el río y nunca más se supo de él. DEP


Uno de los sucesos más trágicos vividos en la historia de Consuegra es sin lugar a dudas la terrible inundación que sufrió el pueblo el once de septiembre de 1.891, como consecuencia del desbordamiento del río Amarguillo. Murieron alrededor de trescientos setenta vecinos de la localidad, que unido a la gran cantidad de heridos, las casas derruidas, la perdida de apeos de trabajo, la desaparición y muerte del ganado y la destrucción y perdida de las cosechas hicieron que la población se sumergiera en la más profunda de las depresiones. 

Tal y como lo describe D. Francisco Domínguez Tendero en su obra “Memoria Centenario”, durante el día once de septiembre de 1.891, varias tormentas de relativa importancia hicieron que el nivel de las aguas del río Amarguillo subiera, y que incluso en algunos puntos del margen del rió se produjeran pequeñas inundaciones en las casas edificadas muy cerca del río. En el transcurso de la mañana, tanto la guardia civil como el ayuntamiento estuvieron ayudando a los vecinos afectados. 

Pasada la media tarde amaino la tormenta y las aguas comenzaron a descender. Muchos de los vecinos, desoyendo los consejos que desde el ayuntamiento les daban, volvieron a sus casas sin saber que lo peor aún estaba por llegar. En la madrugada del día once, y quizás debido a la acumulación de agua, maleza y árboles que se produjo en la presa, hizo que está cediera y que el agua redirigiera hacia la población arrasando cosechas, tierra, piedra y vegetación que se encontraba a su paso. Todo aquel conglomerado de fango, piedras y vegetación se fue depositando en el Puente Romano de la calle de los gallegos lo que provocó una gran retención de agua que hizo que el rió se desbordara por sus márgenes, pillando por sorpresa a los vecinos que habían vuelto a sus casas con el pensamiento de que todo había terminado la tarde anterior.

Sobre las cuatro de la mañana del día 11, las aguas habían alcanzado una altura de más de seis metros en algunos puntos, comenzando un lento pero continuado descenso. Solo cuando amaneció, los vecinos pudieron comprobar la magnitud de lo sucedido.

Debió de ser desolador comprobar el montón de escombros a lo que había sido reducidas sus casas y sus enseres; como debió de ser tremendo el ver la mezcla de fango, de techumbres, de cadáveres de sus vecinos y de los animales por todas partes. El horror y la desazón se debieron de apoderar de los supervivientes de tan grave tragedia.