imagen::calber - sirena 27-05-44†18-01-24
«Le pregunto quién soy, pero mi voz no le sonaba, normal. Me dice: qué sorpresa, que ya no se acordaba de mi cara, pobre, le digo que podemos hacer una videoconferencia pero ella no se aclara con la tecnología, y además, en su línea reivindicativa, dice no es buena para la sociedad. Se ríe cuando le pregunto si está todo el día rezando. Hablamos de conoravirus y de cómo ella lo ha vivido, dice que bien, en realidad no ha notado cambio, porque ella está en semiclausura, lo único que no va el sacerdote, pero ven la misa por la televisión y luego una superiora les da la comunión. Me ha contado de una hermana que ha ido al médico por una dolencia y no le han atendido. Nadie se ha contagiado.
Hace seis años que no va a su pueblo y ya no cree que vaya. Se acuerda mucho de su familia y también de los retirados, le pedí que rezara por todos nosotros. Y le pregunté qué a qué virgencita rezaba, no me entendía, dice que todas las vírgenes son la misma. Digo, perdona que estoy hablando con una profesional. Me ha contado muchas anécdotas, ella dice que tiene mucho que agradecer a su pueblo, a los niños. Se acuerda de uno que quería bailar con ella, otro decía que los zapatos se ponen en los pies no en las manos. Y otro día la madre del cura, mientras le miraba en el suelo, le dijo: ¿pero qué hace esta cabra aquí? y ella: !Oye no, si soy la julita!
Estaba más o menos feliz, me dice: “Tú me has conocido cuando estaba regular pero ahora estoy muy bien, aunque torcida, y me tienen que poner doble pañal pero estoy muy bien. Sale al jardín, no sube arriba porque están durmiendo, se queda en la habitación. Lo que hace no es sólo rezar, también está arreglándose un vestido.
Al final me ha preguntado por mí, que qué tal y entonces pues le digo, ya te llamo yo otro día y te cuento mi caso que tú te has enrollado ya mucho. Pero parece que no quería colgar. Y ya terminando, seguía, que alegría, muchas gracias, has sido mi regalo de cumpleaños, pero le advertí que ya mañana no la llamaba, jajajaj. Ella tan risueña, digo, cuánto me alegro que estés feliz. Se queja un poco por su situación física, le digo: “cuantos hay que brincaban y ya no lo cuentan. jajajaj. Y ella, pues sí: “Tú eres una persona privilegiada porque estás con Dios y estas iluminada. Dios te bendice”. Y se ríe, y entre las risas nos despedimos (para siempre)».