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- ¿El Aleph? -repetí.
- Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los
- Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los
ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví.
Fragmento de “El Aleph”, de Jorge Luis Borges
Un trozo aleatorio de estrella de mar, el mango de un violín, la valla de un prado, un laurel azul, el añil de una cornisa, hojas de una higuera, la línea de un látigo, una pata de araña, un halo celestial, el rubí de la corona de la virgen, una uña de tigre, un suspiro, una rodada, la púa rota de una peineta, un punzón de cuerno de rinoceronte, aristas de una espiga de trigo, la astilla del fuego de un puchero, una pestaña de puercoespín. Las cosas que amo, me gusta llevarlas en los bolsillos y caminar con ellas. Durante un lustro, esto se ha convertido en un ejercicio orgánico fundamental. En cada caminata, falseo la memoria y encuentro un paisaje en pedazos, un lugar en el que se concentran realidad y ficción. En cada fragmento irregular que recojo hay una vivencia de otros universos. Recolecto las partes de un mundo roto o partido, cerámica cotidiana desigual que ha sido desechada para el futuro.
Una hoja de río, llamas crepusculares, ceniza de un crater, una cenefa de la vidriera, lunares marinos, muselina de un colador, oro damasquinado, un pedazo de charca, el contorno de la cáscara de un limón, una escama en una red, un cuadro de un tablero de ajedrez, un estigma de azafrán, el borde de una escotilla de submarino, un ala de ángel, el techo de una efe, una cola de caballito de mar, un triángulo isósceles luminoso. Un fragmento, bien elegido, enriquece e ilumina el sitio donde se dispone. Como una variante de la técnica japonesa kintsugi los trozos fracturados forman parte de la historia del nuevo objeto y la restauración no es sino la manera de reconocer la importancia de lo creado. El hecho mismo de que cada pedazo provenga de otro punto, reinvente un todo, concede a la reciente criatura un valor extraordinario. Cinco años después, toda esta belleza cotidiana, al juntarse, es fiel reflejo del devenir del tiempo, una metáfora de la resiliencia personal. También estas cicatrices doradas son la esencia de la copia imperfecta.
La membrana de un alga marina, una celda de una colmena, media flor morada, el arco de un claustro, una pezuña mellada de jirafa, la hierba seca de un puente, una fuerza extraña, el sello de una fábrica abandonada, el hueco de una alberca, un pedazo de gloria, un ramillete de hierba de conejo, el ribete de una silla de coro, una porción de un color del arcoiris. Siguiendo el método del trencadís he diseñado un mosaico donde están, sin confundirse, todos los lugares del cosmos, todos los colores, todas las experiencias, las personas que me han precedido, fragmentos de recuerdos que he almacenado en mi cerebro que se parecen a algo que ya he vivido. Estas experiencias del pasado se recolocan en un contenedor, un déjà vu cerámico de cosas que amo, que suceden en un planeta paralelo, al que siempre puedo volver.