Nacemos solos y morimos solos, si lo pensamos bien, de alguna manera también vivimos solos, el tío Félix llevó esta idea consigo hasta el final. Este tiempo de “coronavirus” está azotando a la sociedad y a las persona, dicen que con una de las peores armas, la soledad. Y es cruel hasta el último momento, cuando no hay despedida física posible. Sin embargo existen hombres de otra pasta, una parte de mi familia es así y estoy aprendiendo muy de cerca que eso, es a veces un consuelo. Parece que hay personas que pueden tener cierto grado de control sobre cuándo fenecer, mi tío escogió abril para morir, como su madre. y a los 91, como su padre. Como dijo Dag Hammarskjold, diplomático sueco: “No busques la muerte, ella te encontrará. Pero busca el camino que hace de la muerte un cumplimiento”. En cierto modo al tío Félix la pandemia le ha venido bien, ha sido la excusa para poder irse en solitario, sin molestar a sus sobrinos. Un deceso tranquilo, dejándose ir en un lugar que no era su casa, porque, en cualquier caso, ya no iba a ser su casa. Ha hecho de ese trance un mero “cumplimiento” ha elegido este tiempo de soledad para perecer con prudencia, en la forma en que quiso vivir.
imagen::calber (22 junio 1929 - 19 abril 2020)
Félix
Sánchez Barahona nació la víspera de San Juan de 1929, fue el menor de 9
hijos: Manola, Pascasia, Isabelo (mi abuelo), Ángeles, Andrea,
Francisco, Fernanda y Gonzala. A él le pusieron Félix porque se les
acababan los nombres y por el santo, y a pesar de que no todos venían
con un pan debajo del brazo, también por la felicidad. Su padre fue
Alejandro Sánchez Bravo (1881-1972) y su madre, Cándida Barahona Ramos
(1885-1973) de la que tengo vagos recuerdos; era una mujer voluminosa,
vestida de riguroso luto, sentada en lo que yo imagino como en un trono,
en el fondo de una sala, a la que acudíamos todos sus descendientes, en
audiencia, como si se tratara de la matriarca de un clan en blanco y
negro. Aquella casa, le quedó al tío Félix de herencia y allí vivió su
larga vida de soltero, su corta vida de casado, y su larga vida de
hombre separado, de hombre solo, de último eslabón de mi familia
paterna. Estuvo siempre un poco lejos de nosotros, aunque en un pueblo
el concepto “lejos” es relativo. Mi abuelo, su hermano, puso a uno de
sus hijos su nombre, para él era una espina que llevaba clavada, y con
ella se fue. Mi padre, a su manera tiene a su tío idealizado en su
memoria, recuerda una infancia de jornadas de trabajo compartido, junto a
él y a pesar de la dureza lo hace con cariño. Al final, no iba mucho a
verle, en parte por dejadez y en parte por raza, porque es como él, de
esa pasta, castellanos que no muestran sentimientos, que no dejan que se
les note la emoción, así son también mis hermanos, que mantienen, esa
herencia, esa línea sanguínea y vertical del afecto-contenido.
imagen::carmen gómez sánchez, 8 años (hija de una sobrina nieta)
Hace unas semanas, acompañé a mi padre a ver a su tío, se encontraron, como si nada, como si estuvieran a punto de salir al campo a trabajar, chalaron del tiempo, como que se hubieran visto el otro día, y yo quise ver en sus ojos camuflados, restos de un pasado, brillos de emoción. El tío Félix vivía en la Residencia y no se quejaba, siempre enfrascado en una boina negra que era ya parte de su cabeza, congelado en su mundo, hablaba poco, le faltaban los dientes frontales, todo lo contó en su juventud toledana. Te recibía a su manera, con una sonrisa y decía que estaba bien de salud, ahí sentado en línea, pegado a la pared, un poco aparcado, casi como vivió, y era ese su estado natural, el que él eligió. El último día que nos vimos, le tiré unas fotos con mi padre, que se comprometió a una nueva visita. Él se sacó del bolsillo una nota manuscrita, yo emocionado pensé que sería una carta del pasado o un mensaje para descifrar. Eran unos números, resultó ser un cuadrante de los días que le tocaba guardia en la garita de la puerta, para que así fuese más fácil la visita. Le pedí que me lo regalara, él se quedó un poco sorprendido. Yo quería conservar unas cuantas letras de su puño, un resto de historia que pegar en mi agenda, una señal de vida. Él, más realista, me advirtió que no me fiara del papelito, porque era el calendario del mes pasado.
imagen::calber
En alguna ocasión, intenté preguntarle alguna cosa de nuestra familia, a lo más que llegó es a enseñarme una foto de sus padres, que llevaba en la cartera, me la mostró con orgullo, como ofreciendo un trozo de corazón y dejando entrever una pizca de debilidad. Yo buscaba en el tío Félix alguna hendidura por la que descubrir más cosas de nosotros. Cuando le miraba veía en él al hombre que seré, una estirpe en su rostro. Era una sensación de deshubicación, con ojos extraños, como un hijo adoptado que se encontrara con su progenitor biológico. Él era mi abuelo, y mi padre, y hasta yo me veía reflejado doblemente: por tío y un poco también por la idea de hombre solo que le sobrevolaba. Un hombre sin descendencia que le continúe, que le acompañe en los tópicos de la existencia. Y sin embargo, vuelvo a encontrar en la figura del tío Félix un consuelo. Es un misterio cómo a lo largo de la vida las personas nos vamos quedado solas, dando igual el estado civil o la cantidad de gente de la que te hayas rodeado. En su caso, he comprendido que debemos aceptar que queramos hacer las mismas cosas en la muerte como las que hicimos en la vida. Así, igual que nacemos solos, morimos solos y es cierto que lo demás es ilusión, porque eso es la vida y también la muerte que nos acecha estos tiempos con más ímpetu. Y un día seremos nosotros mismos los que estaremos en soledad frente a la nada. Y ahora sí, descanse en paz el tío Félix.