Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
…
Inicio de “La tierra baldía” de T. S. Eliot - 1888-1965
imagen:: "lilas de la tierra" collage de calber
En memoria de Emilia Ortíz Ramos 1926-2020
“La tierra baldía” es un poema que universaliza el problema del hombre, como terrícola que viene al mundo a sobrevivir, esa realidad sobre el propio ser, a veces yermo, a veces fértil. Al leerlo en estos momentos de dolor, también yo me refugio en esa metáfora, e intento generalizar la pena que desgasta. La biografía de Eliot es una cadena de momentos oscuros, de heridas a flor de piel. Quizá por esto T. S. Eliot fue el poeta favorito de mi bisabuelo. Ginés Ortíz era un hombre extrañamente, apacible, siempre perfectamente sentado en su enorme trono, pintado de verde, como la verja de una fortaleza, una silla con ruedines, robótica para aquella época, se la hizo a medida el herrero del pueblo para aparcar su enorme cuerpo de señor mayor. Cuando los bisnietos entrábamos a su casa nos reconocía a cada uno por el apodo familiar que no entroncaba con su línea sanguínea, era socarrón, faltón que diríamos ahora, pero de forma cariñosa. Ya sólo le queda una hija, que es mi abuela. La más joven de los seis que tuvieron, Emilia Ortiz Ramos, ha fallecido como consecuencia del “Coronavirus” este cruel primer día de abril.
Mi tía Emilia heredó de su padre el arrojo en el trato y también la decisión y el atrevimiento para afrontar las situaciones embarazosas. Era alegre y luchadora, con el tiempo se fue convirtiendo en una abuelita buena. Es tan difícil afrontar todo esto que nos está pasando. Es tan difícil tan siquiera escribir la realidad. Mi madre buscando consuelo, era su última tía carnal, con la que ha tenido mucho trato, sin creerse todavía sus palabras me ha dicho: “Cuando los que amamos se van, pasan de vivir entre nosotros a vivir en nosotros”. Pero mi madre no se engaña, como tampoco se engañaba mi tía, y sabe que en el fondo los que se van no vuelven nunca, y pensar de esta manera es una forma de atrocidad, un desconsuelo. Creo que por eso ellas han heredado de mi bisabuelo el gusto por T. S. Eliot.
“The waste land” es una especie de película de miedo, algo así como que el poema buscara ser el relato de una realidad donde, al parecer, los acontecimientos se rompen y se renuevan. Al leerlo hoy, en estos momentos de pandemia y de dolor, el poema revive la imagen devastada de un tiempo, de una vida que también desaparece cansada. Esta nueva realidad genera como el poema incomodidad y asombro. Ha muerto mi tía, y con ella la esperanza que albergaba de seguir teniendo una abuela, el día que su hermana mayor faltara por la propia ley natural. Es egoísta, lo sé, querer tener otra abuela buena, de quien recibir cariño, a quien preguntar sobre los orígenes, que me enseñara a vivir, a sobrevivir y a entenderme mejor. Hasta ella se daba cuenta de esto, cuando iba a verla últimamente, me decía: ¡Alhaja!, remedando a su hermana, porque sabía que ese era su nuevo rol. Nos queda T. S. Eliot y el poema, una memoria en brumas, emotiva, de un sentimiento de pérdida de seres queridos. La constatación de la decadencia de nuestra propia vida que se queda baldía de lo que hemos sido, de lo que somos. Descansa en paz querida tía.
imagen::calber