Eduardo Sánchez-Beato Parrillas nace en Toledo, el 6 de abril 1948 y esto es un dato. De formación autodidacta, asiste a las clases de pintura que impartía Cecilio Guerrero Malagón en la Escuela de Artes Aplicadas. En 1971 fundó el Grupo Tolmo junto con Rojas, Luis Pablo y R. de Pablos, para revolucionar la ciudad a través del arte. En 1973 consigue una beca de la Fundación Juan March, que le llevó a Italia. En los años siguientes se produjo su eclosión y la de Tolmo, sus cuadros viajaron por España y el mundo. Su obra se caracteriza por un tipo de figuración próxima al pop y una estructura inspirada en la abstracción. Adolfo de Mingo en su última exposición "Reencuentro" 2018, en Casa de Vacas junto con Juan Mota le define como “embajador de la contemporaneidad toledana”. En su carrera hay muchas fases de investigación plástica y en cada exposición muestra una evolución de su personal simbolismo con sutiles referencias a Toledo como campo de experimentación. Ha transcurrido una década desde la gran retrospectiva del Museo de Santa Cruz y su trayectoria artística puede considerarse afortunada. En palabras de la galería Eduma: “su pintura es una pintura-pintura que cree firmemente en las revelaciones de lo poético” Hemos coincidido en múltiples ocasiones, la última en su conferencia en la Biblioteca de C-LM en el Alcazar sobre la situación artística en Toledo desde la posguerra. Terminó ésta con una cita de Gilles Deleuze: “El arte es lo que resiste” y me doy cuenta que se parece bastante a un consejo que me dio mi profesor de plástica: “Si te gusta, no pares de pintar”.
La primera vez que coincidí con Don Eduardo tuvo que ser en el colegio porque resulta que fue mi maestro de sociales y de plástica. Leo una reseña de su labor como profesor escrita por María Antonia Ricas y me transporta a la infancia: «Me encantó su naturalidad pedagógica, la de quien ama lo que hace cuando trabaja con los chicos. Conseguía lo difícil: no sólo unas preciosas realizaciones de collages colectivos y otros frutos imaginativos, sino que la clase numerosa en aquellos años, se entusiasmase y se recreara con el proceso creador, algo muchísimo más importante que cualquier resultado meramente didáctico». Lo recuerdo con cariño, también a su mujer, Doña Lola que me dio clase en tercero. Don Eduardo fue ese maestro, el héroe que cada niño conserva en su memoria, aquel que marca de una forma tenue su adolescencia. Él puso en mi vida las bases de una formación plástica, y me despertó el deseo de crear, la curiosidad por (el barro, las ceras, los acrílicos) todo lo que tenía que ver con el arte. Una suerte de maestro con mayúsculas que en aquel pequeño lugar no supimos quizá valorar ni como Creador, ni como Docente. Internet es una maravilla, nos pone en contacto con el pasado y el futuro. Hoy he recibido un catálogo que anhelo desde siempre, lo tenían en mi biblioteca pero estaba agotado a la venta, lo he conseguido en todocolección: BEATO, 20 AÑOS DE PINTURA, dentro encuentro maravillas: aquella primera exposición, el bestiario entre las bóvedas blancas de Tolmo, los recreos haciendo cerámica, Melque, el Guernica en el Casón y luego en Toledo, el triángulo ocre, las clases de sociales, los enanos y flores, el museo de arte contemporáneo, el 23F en el patio, el mosaico de la última cena, Clavileño, El Greco, la ilusión, pintar… Un día entre clase y clase Don Eduardo me sorprendió dibujando en la pizarra una estructura gigante, el diseño lo tengo grabado en el cerebro, una telaraña que conecta todos los buenos momentos, las buenas intenciones, los buenos proyectos futuros. Tal vez sí que seguí su consejo y lo que he hecho todo este tiempo es pintar, seguir imaginando, sólo mantener la pulsión creativa que mi maestro me enseñó.
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