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Escribí dos resúmenes, salí a comprar puré de patata, conecté Spotify, Focus Jazz, sonaba Annie Berenson, tomé cava brut natural, maté una cucaracha con lejía, me asomé por la rendija de la ventana para ver el exterior y de pronto sentí caer sobre mí toda la tristeza mala del mundo. ¿Qué hacía allí, San Juan Deluxe, en ese final de viernes hoguera, solo, mirando el aparcamiento en cicatriz, con tan pocas ganas de vivir? ¿Dónde el vínculo que nos unió a las madres, la jubilosa amistad, el goce duradero? Pronto 48 años y sigo hablando conmigo mismo, dando vueltas en torno a mi ombligo, roído por la confusión, a la espera de regresión espontánea. Paralizado, tenso, hueco, como un saco roto en el más minúsculo agujero del océano, mi propio cerebro. (calcado de Prosa apátrida 169 de Julio Ramón Ribeyro. Visto en el muro de León Plasencia Ñol)
imagen::calber. Recuperada del pasado verano 4 cicatrices redondeadas y arrugadsa que se formaron en medio de los vientres tras cortar el cordón umbilical. El modo de formarse esta cicatriz dio lugar en otros tiempos a controversias para saber si era racional representar con ombligo a dos evas y dos adanes.
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Escribí dos cartas, salí a comprar algo para la comida, puse una cantata de Bach en el tocadiscos, tomé un vaso de vino, encendí un cigarrillo, me asomé al balcón para ver el atardecer y de pronto sentí caer sobre mí toda la tristeza del mundo. ¿Qué hacía allí, Dios mío, en ese final de sábado, solo, mirando la plaza mutilada, con tan pocas ganas de vivir? ¿Dónde el cálido amor, la jubilosa amistad, el goce duradero? Pronto 48 años y sigo hablando conmigo mismo, dando vueltas en torno a mi imagen doblegada, roída por el orín del tiempo y la desilusión. Helado, seco, hueco, como una lápida en el más minúsculo cementerio serrano, mi propia lápida.