La pequeña hostia consagrada se posó sobre mi lengua tierna por primera vez, y una idea paralela alcanzó con suavidad mi cabeza, justo en ese instante visualicé a toda la gente que estaba pensando en mi sin yo saberlo. No mi familia, que me acompaña complaciente en el día más feliz de mi existencia. Reflexionaba sobre las personas que me había encontrado en mi corta vida y sobre las que yo, de manera inconsciente, había dejado una marca que les hacía recordarme, mencionarme o tenerme en cuenta en situaciones inconexas, en circunstancias lejanas, en espacios íntimos.
“Como una blanca azucena, lo mismito que un jazmín mi niña va hacia la iglesia, a la iglesia de San Gil. Ha cumplido siete años, y va a recibir a Dios, mi niña toma rezando, su Primera Comunión”. Es sugestivo como las canciones reflejan el futuro. La ilusión es un símbolo, todas las princesas vivimos los preparativos con emoción. Lo blanco recuerda la pureza del bautismo. Mi habitación nívea es un templo. Sobre la cama hay un tesoro, el vestido, espléndido y opaco, medias veladas, las enaguas voluminosas que dan cuerpo a la falda y dos pequeños guantes largos que representan la larga renuncia a las tentaciones del pecado. De este probador surge en mí una conciencia dual, yo cortada en dos, Me veo gris, mixtura de lo blanco y una oscura y moderna realidad.
Tras la eucaristía, nos pidieron que contáramos la experiencia. Enumeré conmovida que todo fue fantástico, me noté llena de paz porque me había confesado, después me dormí y me levanté temprano para vivir el sacramento. Con la comunión cambió mi ser, también mis amigos se volvieron más buenos. Me sentí nerviosa por recibir su cuerpo y su sangre. Y un minuto después estaba muy feliz. Ese momento quedó grabado en mi corazón. En verdad lo que les dije en voz alta no era exacto, yo experimenté algo más ambiguo, sentí a gente desconocida, que me amaba en secreto, y eso era lo más bonito que me pasó, mientras la oblea se derretía sagradamente bajo mi paladar.
Un siete de mayo brillante, un día nuevo para mi, el de mi Primera Comunión. Aunque en apariencia es el azar que nos conduce hacia extraños lugares, sin duda, nada tiene de casual. Todo es producto de un plan preconcebido que te apremia a escoger el lado de la balanza hacia el cual quieres inclinarte. Mayo y sus cosas buenas, un ritual hacia mi aventura adulta. Un acto de fe de una reciente mujer eximida de obedecer los dogmas que parecen intactos, toda una vida. Comulgué dichosa y en el altar mi niñez se hizo un túnel. Y así en un instante mi infancia terminó.