:: lectura disidencias

 
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«¡Disidente!» —gritaban los miembros del Frente Popular de Judea o del Frente Judaico Popular (según sus propias disquisiciones) a un pobre militante de la Unión Popular en la película La vida de Brian de los Monty Python. Sin embargo, el término «disidente» se ha revelado ambiguo desde los comienzos de la producción de esta antología, máxime cuando sobre la cabeza de cualquier poeta revolotean los heraldos negros de la continua contradicción.

Disidencias se adapta mejor a lo que presenta este libro de poemas inéditos. Porque hay muchos tipos de disidencia: disidencia estética, disidencia ética y hasta social. Aparecen aquí nombres poco habituales en los premios, festivales, certámenes, congresos y saraos de la Santa Madre Poesía española, y el editor ha querido reunirlos como una forma de disentir ante lo que nos ofrece el panorama poético. Cayendo, seguramente, en la propia paradoja de lo criticado.

La no pertenenecia a ningún grupo de poder mediático o político abre las puertas a la impertinencia, tanto de estos autores como de este libro, que se nutre de la singularidad y la divergencia de los infinitos modos de afrontar la palabra escrita —sea más o menos poética, debate que aparece, por supuesto, en esta entrega.

Digamos que el azar se cultiva, como el azar objetivo de nuestros hermanos surrealistas. El espacio-tiempo (cronotopo) es un elemento inevitable a la hora de componer cualquier obra colectiva. La frecuencia en el encuentro ha ido macerando amistades, contactos, pares y nones poéticos en esta tirada de dados. «Dios no juega a los dados», decía Albert Einstein, pero Apollinaire sí, invitado por Mallarmé. Sea entonces lo que el destino quiera, un destino en nuestro mundo actual cada vez menos halagüeño, mezclado de intereses, trepismo, vulgaridad y falta de riesgo en el sistema mercantil, lingüístico y de poder dentro de la poesía (no pierdo la ocasión de imaginar que en otras latitudes las conductas humanas son semejantes, porque el ser humano tiende a la asociación por confianza).

Así pues, sí, sea: una capillita más dentro de la gran catedral gótica de la poesía, ahora sí, universal. Una contradicción como otra cualquiera en un cronotopo donde casi nadie nos va a prestar atención. Por eso, sea.

Agustín Sánchez Antequera. Editor de El sastre de Apollinaire

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