Hay un mapa pintado
en la pared de enfrente.
Cumple el teorema de los cuatro colores
y sueña su tesoro.
En todo pensamiento
hay un patio de luz por donde huir,
un muro de esperanza a reformar,
un rectángulo azul
donde luchar desnudo.
de Colores sin regreso, tercera sección de Música,
Pablo Martín Coble, Ed. El sastre de Apollinaire 2021
:: teorema del patio de luces
Una buena forma para celebrar el nacimiento de un poema sería hacer pedagogía, de la tesis sobre la que se sustenta. Por ello queremos hablar hoy sobre un teorema encontrado en el libro “Música” de Pablo Martín Coble. Lo enunciaremos primero:
Esto es lo que ocurre con este poemario, que se divide en colores, por momentos no encuentras el vínculo que une cada uno de los pedazos. Pero cuando adviertes los teoremas subyacentes, entonces todo fluye, cada sección es a su vez parte de un puzzle, y en cualquier pieza encuentras respuesta a las dudas: «Anotas en tu cuaderno los deberes del día, burlar al zapatero, librarte de sus gubias y de su voz carnosa, suplicar al perro que guarda la mina una linterna y llegar a la piedra de galena que te salva del mundo». Y todas las incertidumbres son erróneas y se reproducen: la sopa fría, los silbidos, el plástico de los soldados, los encuentros, los caballos de año nuevo, los múltiplos de diez.
Contemos, pues, la fascinante historia del “Teorema del patio de luces”. Quizá, no hay sólo uno y el libro está plagado de proposiciones: la del lenguaje, la de los recuerdos, los colores, el espacio entre los ojos, el blanco, la soledad o los matemáticos. Siempre, en los poemas de Coble puede no ser evidente el teorema de ámbito matemático, pero ahí está. En un orden natural el mapa se localiza antes que el tesoro, en él están dibujados los trazos de “las islas donde habitan los pájaros implacables”. El mismo autor en una entrevista, nos dice que su libro «suena a golondrinas de Bécquer, a calle, a segundo movimiento, a madre, a Madre y a mujeres en resistencia, en este orden». En otra ocasión contó que el poemario era una suerte de “testamento”, entendimos quizá, para no caer en el olvido. Y efectivamente el libro ha tenido que esperar varios siglos para recibir el reconocimiento que merecía. Recogemos varias reseñas al azar que lo atestiguan: “Música”, de cierto aire visionario, una especie de zarabanda entre el lenguaje y sus nidos, sus escotomas, su poder demiurgo, y la mirada sobre el mundo. _ Esther Peñas /// “Su poesía está imbuida en el lirismo a la vez escuálido y esperanzado de las ciudades, tan llenas de vida y a la vez de muerte” _ Rafael Cruz /// La escritura de Pablo Martín Coble tiene una solidez expresiva que es el resultado de su adecuado enfoque rítmico y de su sostenida ambición visionaria para ir más allá del lenguaje callejero y de la mirada trivial o prosaica _ Santos Domínguez Ramos.
Al final casi no hablamos del “teorema del patio de luces”, ni se mencionó a Magallanes, ni a François Clouet, Olivier Messiaen o Francis Guthrie, ni hablamos apenas de “Música”. Tratamos todo el tiempo del autor, ese hombre que “hace sonar la nieve hasta el fin de los tiempos”, ese hombre, que con un nuevo ritmo, se hace moderno, para parecerse a él mismo. Al final del poema dibujado en un patio de luces nos queda sólo un pensamiento, un bonito “rectángulo azul donde luchar desnudo”
Una buena forma para celebrar el nacimiento de un poema sería hacer pedagogía, de la tesis sobre la que se sustenta. Por ello queremos hablar hoy sobre un teorema encontrado en el libro “Música” de Pablo Martín Coble. Lo enunciaremos primero:
"Cualquier poema dibujado en un patio de luces puede pintarse utilizando únicamente una idea, de tal forma que, si comparten frontera la sensación de huir y la esperanza, entonces el patio de luz se divide en rectángulos de azul”.
Esto es lo que ocurre con este poemario, que se divide en colores, por momentos no encuentras el vínculo que une cada uno de los pedazos. Pero cuando adviertes los teoremas subyacentes, entonces todo fluye, cada sección es a su vez parte de un puzzle, y en cualquier pieza encuentras respuesta a las dudas: «Anotas en tu cuaderno los deberes del día, burlar al zapatero, librarte de sus gubias y de su voz carnosa, suplicar al perro que guarda la mina una linterna y llegar a la piedra de galena que te salva del mundo». Y todas las incertidumbres son erróneas y se reproducen: la sopa fría, los silbidos, el plástico de los soldados, los encuentros, los caballos de año nuevo, los múltiplos de diez.
Contemos, pues, la fascinante historia del “Teorema del patio de luces”. Quizá, no hay sólo uno y el libro está plagado de proposiciones: la del lenguaje, la de los recuerdos, los colores, el espacio entre los ojos, el blanco, la soledad o los matemáticos. Siempre, en los poemas de Coble puede no ser evidente el teorema de ámbito matemático, pero ahí está. En un orden natural el mapa se localiza antes que el tesoro, en él están dibujados los trazos de “las islas donde habitan los pájaros implacables”. El mismo autor en una entrevista, nos dice que su libro «suena a golondrinas de Bécquer, a calle, a segundo movimiento, a madre, a Madre y a mujeres en resistencia, en este orden». En otra ocasión contó que el poemario era una suerte de “testamento”, entendimos quizá, para no caer en el olvido. Y efectivamente el libro ha tenido que esperar varios siglos para recibir el reconocimiento que merecía. Recogemos varias reseñas al azar que lo atestiguan: “Música”, de cierto aire visionario, una especie de zarabanda entre el lenguaje y sus nidos, sus escotomas, su poder demiurgo, y la mirada sobre el mundo. _ Esther Peñas /// “Su poesía está imbuida en el lirismo a la vez escuálido y esperanzado de las ciudades, tan llenas de vida y a la vez de muerte” _ Rafael Cruz /// La escritura de Pablo Martín Coble tiene una solidez expresiva que es el resultado de su adecuado enfoque rítmico y de su sostenida ambición visionaria para ir más allá del lenguaje callejero y de la mirada trivial o prosaica _ Santos Domínguez Ramos.
Al final casi no hablamos del “teorema del patio de luces”, ni se mencionó a Magallanes, ni a François Clouet, Olivier Messiaen o Francis Guthrie, ni hablamos apenas de “Música”. Tratamos todo el tiempo del autor, ese hombre que “hace sonar la nieve hasta el fin de los tiempos”, ese hombre, que con un nuevo ritmo, se hace moderno, para parecerse a él mismo. Al final del poema dibujado en un patio de luces nos queda sólo un pensamiento, un bonito “rectángulo azul donde luchar desnudo”