«El hombre ilustrado era una acumulación de cohetes, y fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las manitas rosadas gesticulaban, los labios menudos se movían, en los ojitos verdes y dorados se cerraban los párpados. Había prados amarillos y ríos azules, y montañas y estrellas y soles y planetas, extendidos por el pecho del hombre ilustrado como una vía láctea. Las gentes se dividían en veinte o más grupos, instalados en los brazos, los hombros, las espaldas, los costados, las muñecas y la parte alta del vientre. Se los veía en bosques de vello, escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas de las axilas, con ojos resplandecientes como diamantes. Cada grupo parecía dedicado a su propia actividad; cada grupo era toda una galería de retratos. ».
Ray Bradbury. El Hombre Ilustrado. (Prologue: The Illustrated Man, 1951) Traducción: Francisco Abelenda
imagen:calber
:: la tarde era calor de julio, accedimos a la sierra en el transbordador que finalmente nos conduciría hasta el cohete. Una conferencia directa con la nave encendida nos alertó del foco. Una nueva etapa. Debíamos abandonar la Tierra. El viaje fue largo y sinuoso. La nieve lo cubría todo. El paisaje era una planta de sistema de producciones industriales. Los operarios se movían lentamente, en la puerta de la imprenta los feriantes recogían las atracciones. Cada individuo se dedicaba a su propia actividad, el hombre ilustrado agonizaba en el Arca del Testamento.