:: estampita

 
imagen::collage “foolish” para #februllage de calber
 
Como esto va de collage montaré la entrada en plan corta y pega. Cuando recibí la invitación desde Februllage para realizar una obra sobre el tema del “foolish”, lo primero que se me vino a la mente fue la imagen de Tony Leblanc como “tontito”. Paco y Virgilio son dos estafadores de poca monta que viven del timo. La policía les sigue la pista, hasta que deciden reformarse por amor. Dice Carlos Aguilar en su “Guía del cine español” que la producción es "a su manera, un clásico". No puedo estar mas de acuerdo. “Los tramposos”, 1959 dirigida por Pedro Lazaga es ya más que un clásico, es una película de culto. De pequeños nos encantaba imitar a los timadores y cuando mi madre nos pillaba haciendo del “tontito” se irritaba sobremanera, era eso y pronunciar la palabra “desgraciao” lo que más la sacaba de sus casillas. Dos variantes de una misma realidad que traspasaban los límites. Sin embargo a mi abuelo, ya con demencia senil, le hacíamos lo de “u-na-es-tam-pi-ta” con voz gangosa y agitando las manos y siempre le levantábamos una sonrisa.

“El timo de la estampita” es una estafa muy popular en la España del siglo XX. Uno de los cómplices se hacía pasar por “retrasado” y llevaba un sobre lleno de billetes a los cuales no daba importancia. Entablaba conversación con algún viandante crédulo, y en ese momento entraba en escena otro de los estafadores, el listo, quien proponía a la víctima hacerse con el dinero por medio del engaño. Entonces, el incauto ofrecía al tonto una pequeña cantidad de dinero por las estampas. Una vez que el listo y el tonto se habían marchado, el primo se daba cuenta que había sido timado, y que en el sobre no había dinero, sino recortes sin valor.

Hay personas a quienes la avaricia les nubla la razón y llegan a creerse los más listos y otras que siguen las indicaciones de Georges Courteline, «Pasar por idiota a los ojos de un imbécil, es un deleite de exquisito buen gusto» Hay personas y personajes. Al modo en que Francis Veber reunía a los amigos en una cena para disputarse el honor de llevar al invitado más idiota. Yo también he ido conociendo a variopintos protagonistas, alguno de ellos más “foolish” que otros. Una vez me encontré con “el manitas” en la plaza Garibaldi, hacía poco que había llegado a México. Era un sujeto muy conocido en la zona, se me acercó, supongo, porque daba el perfil de güerito inocente. Yo, por aquel entonces, estaba más preocupado por los virus que por los timadores. Era un tipo pizpireto, agitaba sus bracitos talados, mientras me contaba anécdotas de la plaza, a sólo un palmo de mi cara, yo le seguía la conversación mientras reculaba por el miedo a la maldición de Moctezuma, que me habían inoculado en la embajada. Todavía hoy me acuerdo del manitas y se me viene su imagen a la mente como un busto con muñones de plastilina, entre la estatua de Lola Beltrán y José Alfredo.

Es increíble porque este personaje me causó gran sensación y fue objeto de varias conexiones en México. Hoy lo vuelve a hacer, a través de un libro de Fernando Samalea, “Qué es un Long Play: Una larga vida en el rock”, del 2015. Se me ocurrió googlearle, por aquello de la globalización y me encuentro emocionado que describe a alguien muy parecido a mi “manitas” en el mismo contexto una década después: «…También frecuentamos la Plaza Garibaldi, colmada de mariachis, tequilas y trompetas.  Se acercó un personaje local de significativa intensidad. Lo apodaban “Manotas”, ya que carecía de brazos. En verdad, contaba con dos manos diminutas, que sobresalían como pequeñas alas de una ave».

“Manotas” o “manitas”, a veces me siento muy identificado con el personaje de Tony Leblanc. Mi portfolio es un sobre de estampitas, con él viajo por el mundo en busca de incautos. Los artistas son un poco embaucadores, comediantes que reparten billetes a peseta. Especialmente en los malos tiempos surgen cientos de ofertas culturales a módicos precios o desorbitados, también vía redes sociales. El “arte del birlibirloque” está en alza. Yo mismo me he sentido un poco timador cuando salgo a la calle, con mi merchandaising en busca de éxito y fama inmerecidos. En cualquier feria o sarao saco de mi chistera los artilugios, pegatinas, objetos poéticos, fanzines, frikiregalos, y como no, las preciadas estampitas, engañifas con la efigie de George Washington en el anverso y la frase "In God We Trust" como mensaje promocional. A veces, cuando termino una obra, a mi espalda, oigo gritar desesperado a alguno de mis seguidores, o de mis clientes incautos: !Bendito sea, que me han robao. Guardias a él, que me ha robao!