:: la piedra


imagen:calber


Esta piedra sin aristas es la herencia cultural del pasado de mi familia, que se transmite por generaciones. Como primogénito, he contribuido a salvaguardar el legado, para que sea fuente de futuras experiencias emocionales de mis hijos y de los hijos de mis hijos. 

Los antiguos griegos utilizaban trozos de arcilla, mientras que los romanos se servían de esponjas amarradas a un palo y empapadas en agua con sal. Por su parte, los inuit usaban musgo en verano y nieve en invierno. En Sudamérica recurrían a los olotes de las mazorcas del maíz y para la gente de mar la solución procedía de las conchas marinas y las algas. En todas partes y a lo largo de la historia el ser humano ha escudriñado la forma de limar impurezas.

Pero en la España rural, hasta no hace mucho, cuando no tenían papel, por estar en el campo, utilizaban cantos rodados, con los que limpiarse después de hacer sus necesidades en cuclillas. También en las casas que no tenían inodoro se salía al corral a defecar y se lustraban con guijarros redondos de río, y luego las gallinas se lo comían todo. 

Mi abuelo fue el primero en hablarme de “la piedra”, de como su padre se procuró una, no muy grande, sin poros. La llevaba en el bolsillo y le solventaba la vida a la hora de evacuar. Él la recibió como patrimonio y ahora yo soy el depositario del caudal heredado. Me enseñó algunas cosas, una de ellas: como quedar limpio y gustoso con una roca lisa, bien escogida. Cuando un hombre encuentra esa piedra no debe soltarla hasta la muerte.