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«… Se incorpora don Quijote (después de haber sido apedreado por los pastores, “molido con no pocos dientes y muelas fuera de su lugar”) y al ver a su escudero vencido por la tristeza, le dice: “- Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas”. El Quijote I, 18»


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“Estar viviendo un sueño o una película de ciencia-ficción” ha sido una reflexión hecha meme recurrente y cansina. Y hasta las citas de El Quijote nos sirven como cuña de los mensajes vigorizantes y de las bondades del #YoMeQuedoEnCasa. Para mí, un acaparador de “detallitos culturales”, un “Diógenes del pantallazo”, estos días están siendo muy intensos, inputs visuales por todas partes. Así mi cabecita loca anda perdida. Incluso antes del confinamiento la red ya estaba a tope de listas, links a toda clase de libros, películas, recursos educativos y recorridos virtuales. ¡Una explosión de contenidos, de luz y de color! Y la verdad, no me da la vida, ni para leer de soslayo la acumulación, lo del teletrabajo no está aún bien desarrollado.

Y entre tanta merdé, en tiempo de coronavirus, me topé con un tweet de Ferran Toutain, sobre una “sociedad de la imitación, donde no hay reflexión”. Parece que no sentimos de verdad, porque todo lo hemos visto ya en la tele, en el cine. Frente a cualquier cosa que nos pasa, ya tenemos unas pautas de conducta aprendidas de forma inconsciente. Pero también hay gente que reacciona de forma sorprendente, unos piensan que llega el apocalipsis y otros se toman todo a guasa. En medio la sociología entra en barrena y el WhatsApp colapsa. Creo que nos hemos dividido en dos compartimentos, el que está pendiente de la curva, del volumen de infectados o de los balcones. Este lo controlamos vía telediario, que dan ganas de apagar todos los aparatos que nos rodean. Y luego está el espacio de lo personal (en realidad habría más subdivisiones, pero este es un post pseudocientífico, por lo que abrevio) en el que lo importante es nuestra salud, o debería empezar por los demás, y el bienestar de nuestros seres queridos. Estamos pendientes del teléfono, de las video conferencias, (estamos aprendiendo a desdoblar pantallas, a añadir gente diversa en los móviles, en plan Blade Runner que da gusto) saber el último parte vírico de la familia, si tu padre tose, tu madre tiene décimas, tu hermano se marea, o si la abuela fuma. Estamos hiperpreocupados por el fantasma de los respiradores, de las mascarillas que nos faltan, del 900 que nos pone en espera, del microbio que acabará con nosotros como chinches.

Entre tanto sudor frío, me pongo a ver fotos del álbum familiar, en plan “dramas”, por si no vuelvo a vivirlo. Y es que ya voy conociendo casos reales de gente cercana en el hospital. Con esto del amor que la nueva sociedad tiene por sus seres queridos, también me surgen dudas. Los nuevos padres siente “amor Instagram” por sus cachorros, amor del bueno, mientras que los “padres viejos” pareciera que ni siente ni padecen, como si ellos hubieran vivido una vida ajena al concepto “felicidad”. Una lógica contradictoria e injusta. Quizá lo que pasa es que estos días tengo mas tiempo (a pesar de estar petado con el teletrabajo) para meditar. Cuando hablo con mi padre, hay veces que pienso que está tan pachucho que no lo volveré a ver nunca y otros me da la sensación de que es un roble y se la suda todo. Seremos así los humanos. Y aquí entra el tema “neuras”, sugestión, un capítulo para explorar. Me acuesto la siesta completamente torturado, convencido de que estoy infectado y con síntomas graves y me levanto como si nada y el confinamiento ni lo noto. Y eso me hace sentir bien y mal a la vez. Resulta que yo he vivido los últimos años en estado de alarma sin saberlo, (esto daría para otra entrada) así que ahora para estar a la altura, en casa, tenemos que apretar el culito y ya vamos por el de excepción, desinfección en grado 2.0. Una pandemia es una experiencia tremenda, única, universal. La introspección, es una fase loca para unos y vulgar para una minoría que vivimos siempre en lo íntimo. Me han pasado tantas cosas estos días que parece que he hecho un viaje. Una de las más sorprendentes es como me está dando el fenómeno para vivir la vida de otros, y por consiguiente para sufrirla también, desde aquí, desde mi cuevita. En el pánico, me abrazo a mi gato, suerte que la OMS ha dicho que las mascotas no transmiten la bacteria, y los dos ronroneamos recordando a tanta gente maravillosa.

Hoy he asistido a un concierto telemático de María Jiménez, resucitada, lo de “sensación, de tenerte dentro de mi corazón” no va de gérmenes. Lo que estamos interiorizando es un cambio de lo que es importante, y aquí puedo introducir toda una melé de conceptos con temática autoayuda, y coja cada uno lo que quiera: “conocerse mejor”, “valorar lo que tenemos”, “mirar por el mundo, por los animalitos”, “salir de nuestra zona de confort”, “enfrentarnos a la vida con energía”… y así hasta la curación total. Lo que viene es la ausencia de un tiempo, quizá, una realidad que va a cambiar porque faltará mucha gente, lo que esa gente imaginaba o sentía, muchos seres queridos que se irán para siempre. Por eso, todo esto lo pienso y no lo pienso por momentos. Parece ser, que “la vida está hecha de alegrías y penas a partes iguales y cada una tiene su función. Yo antes creía que mi objetivo como ser humano terrícola era llenar mi universo de muchísimas alegrías y evitar absolutamente las penas, pero he aquí, que el equilibrio es la virtud, como en tantas cosas, la forma de valorar la alegría es saber sobrellevar la pena, que tiene un efecto potenciador.

Voy a terminar con la enésima contradicción, mandando un mensaje de ánimo a todos los que me leéis (que sois tantos, la mayoría asintomáticos y que os multiplicáis como los bichitos de forma exponencial). Quería deciros que os quiero, que ha sido una vida bonita, más de lo que creía, a pesar de mis torpezas, de mis quejas, de mi actividad paralizante, de mi buen humor enmascarado, de mi positivismo negativo. Ya sabemos como acaba El Quijote. A pesar de todo, se os va a echar mucho de menos, quiero decir que espero que me echéis mucho de menos, si este coronavirus acaba con mi mundo, anterior.