:: la mamá de Rilke


¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un sólo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecitas al abrirse por la mañana.

Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado; en las madres a las que se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía (era una alegría hecha para otro); en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en las habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en la mar misma, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y volaban con todas las estrellas -y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto-. _ Rainer Maria Rilke — fragmento de «Los apuntes de Malte Laurids Brigge»



imagen::nicolás barahona

::la mamá de Rilke también visitó Toledo, a través de las cartas que su hijo le enviaba, fueron 134 a lo largo de treinta años (desde 1896 a 1926), destacan por su homogeneidad de contenido y de su tono, las veintiséis cartas veraniegas, que el poeta escribía cada 22 de Agosto, por el cumpleaños de Mary. Allí donde estuviera, desde su alejamiento continuo y buscado empuñaba la pluma y se dirigía a su madre.

Rainer María Rilke acudía semanalmente desde el Hotel Castilla a oír misa en La Iglesia mozárabe de San Lucas en 1912 en Toledo. Atraido por una leyenda sobre la Virgen cantando con unos ángeles. Conoció la ciudad a través del cuadro “visión de Toledo” de El Greco (Metropolitan Museum de Nueva York). Cuando llegó a la ciudad del Tajo confirmó que era así: «Es en Toledo donde pude aprender la realidad de los ángeles. Porque no hay nada como Toledo —si uno se abandona a su influjo— que dé una imagen tan elevada de lo suprasensible; las cosas tienen allí una intensidad que no es común, y que no es visible a diario: la intensidad de una aparición.

Otro de los sucesos que marcaron a Rilke en Toledo fue la caída de una estrella fugaz sobre el puente de San Martín. Lo cuenta Antonio Pau, autor de “Rilke en Toledo “ 1997: «Una tarde, el poeta vuelve a la ciudad desde los montes que la rodean. Sus pasos resuenan al acercarse al Puente. De pronto una gran estrella se eleva, asciende como un surtidor de luz, y cae, y cae aún más, despacio, cada vez más grande y roja, surca majestuosamente el espacio infinito que se levanta entre las dos orillas, y se desploma en silencio detrás de la ciudad en penumbra.

Oh estrella precipitada en el abismo,
que una vez vi desde un puente:
no he de olvidarte nunca. ¡Siempre en pie!
Rilke, fragmento “Der Tod”, escrito en Múnich en el año 1915