“Imagino
que he sido ingenua al mostrarte de forma tan espontánea mis emociones. He
subestimado tu perspicacia, y has robado los caminos de mi cerebro, y no sé si
también de mi corazón. Yo no quiero
jugar a jeroglíficos literarios, aunque me gustan tus astutos e ingeniosos
laberintos de personalidades suplantadas. Yo con la poesía ya me pillé los
dedos una vez, y la inspiración se ha secado para mis versos. A parte del
vértigo que me produce mirarme en el espejo de tus palabras. Puedes añadir las
palabras miedo y cobardía a tu lista de sarcasmos. Tal vez otro día leas algo
que sea más de tu agrado. De cualquier modo siento haber roto la magia de tu
imaginación, pero estoy demasiado “shocked”. Espero que tus últimas semanas
estén a la altura de todo lo que la ciudad te ha dado. Si algún día te apetece
tener una conversación normal, ya me hablarás de todo ello. Cuídate, y avísame
si revelas las fotos. Un beso, La Mujer
Verde”
imagen:calber
::extracto de
una carta encontrada en un contenedor, en la calle Estambul, entre las hojas de un viejo
pasaporte. Eso que ocurre cuando se te escapa la mirada hacia los rincones, o
hacia las mujeres tendidas en los márgenes de la primavera. Me imaginé la cobardía de ojos azules y el
miedo de labios rojos y me dispuse a pintar el retrato de la mujer verde
inspirado en uno de eso dibujos a mano alzada de Gregorio Prieto, o quizá más
inspirado por sus deseos en la ciudad que le unió a los poetas españoles del
27. Sucede siempre lo mismo con la poesía, ella lo dice, que te hace pillarte
los dedos. Las palabras dan vértigo. Que cruel sensación. Las calles y la
literatura son un laberinto. Hay una extraña efecto de tranquilidad, a pesar de
no conocer más de la historia, pero daría mi retrato inventando, por ver alguna
de las fotos de la mujer verde reveladas.