:: primera realidad

 
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Era un pequeño dios: nací inmortal.
                                                   Un emisario de oro
dejó eternas y vivas las aguas de la mar,
y quise recluir el cuerpo en su frescura;
pobló de un son de abejas los huertos de naranjos,
y en tomo a tantos frutos se volcaba el azahar.
Descendía, vasto y suave, el azul
a las ramas más altas de los pinos,
y el aire, no visible, las movía.
El silencio era luz.
Desde el centro más duro de mis ojos
rasgaba yo los velos de los vientos,
el vuelo sosegado de las noches,
y tras el rosa ardiente de una lágrima
acechaba el nacer de las estrellas.
El mundo era desnudo, y sólo yo miraba.
y todo lo creaba la inocencia.

El mundo aún permanece. Y existimos.
Miradme ahora mortal; sólo culpable.


Francisco Brines. “Mis dos realidades” de “Insistencias en Luzbel”, 1977


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«Detrás de tanta dilación estaba, en el fondo, su carácter a la vez perezoso y perfeccionista. Prefería la vida que la literatura, conversar que dormir, contemplar la belleza del mundo que escribir sobre ella. Por eso sus versos tienen el tono crepuscular de alguien consciente de la fugacidad de lo bueno, lo bello y lo verdadero. […] “Puesto que nunca podrás dejar de ser el que eres, secreto y jubiloso, ama”. Francisco Brines puso esta frase como frontispicio a El otoño de las rosas. Secreto y jubiloso, escribió un puñado de poemas memorables e hizo mejores a todos cuantos, poetas y no poetas, le rodearon». _ Extracto del Obituario a Francisco Brines. Por Javier Rodríguez Marcos
 

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