:: caster


 
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¡Que sí cumple 43, Biennnnn! grita mi hija y sopla las velas de un brazo de gitano de mantequilla que hace las veces de pastel. Soy el Caster y hoy es mi día. Hay gente que no lo celebra, pero yo soy un hombre hecho y derecho y me da igual todo. Soy un tío “indolente”, que es una palabra que he aprendido este año por casualidad. Un tío “que no se afecta o se conmueve”. Lo mismo para lo bueno que para lo malo. No me produce, aparentemente ninguna sensación cumplir años y tampoco no cumplirlos. Pero tengo cuidado con este adjetivo porque lleva un dardo envenenado en su segunda definición: “flojo”, dice, en plan perezoso. Y eso sí que no, porque, el ramillete de hombres de mi familia, somos trabajadores, todo lo contrario a “vagos”. Que me levanto todos los días bien temprano, y no tengo pereza para salir echando leches. Otra cosa no, pero mi padre nos enseñó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, igual que a él se lo enseño su padre, y así hasta no saber cuando.

Tampoco me quito años, ¿para qué? carezco de ese tipo de coquetería, será por los años que llevo viajando al País Vasco, me he vuelto un poco como ellos, “mu-echao-pa´lante”.  Sin embargo sí presto atención a algunos detalles, aquellos que tienen que ver con las cosas, las cosas son importantes. Me llegan cantidad de cacharros cada semana, vía Amazon y de mis viajes también vuelvo con objetos. Acumulo aparatos que me completan, los ordeno, me hacen sentir, crean un círculo de vida y muerte. Llegan los nuevos y me deshago de los viejos con la misma soltura. Adquirir cosas con los años es otra de las materias que no logró contener, que funcionan al revés en mi mundo.

La mayoría de lo que me gusta tiene motor, se mueve y me ayuda a moverme. Me pasa que gracias a esas cosas motoras me he quedado paralizado, como en otra época. “Ya no tienes edad para estos usos y costumbres” me digo mirando seriamente al retrovisor. Pero, ¿qué puedo hacer sino huir hacia delante? Mi hija me observa asombrada, sin saber hacia dónde la conduciré. Ella cada año me canta el cumpleaños feliz y compite para apagar las velas del pastel. Que no cumple 40… repite. No importa cuantos, creo que desde que puede pensar, piensa que soy un niño en un cuerpo de señor mayor, como un padre inconsciente.

Así estamos, intentando analizar toda esta contradicción. Me he dejado llevar por este momento pastel. He intentado pedir un deseo y me he puesto sensible, otra palabra que no utilizo en mi día a día. Desde pequeñito he admirado, la “templanza” como una cualidad exótica. Soy todo lo contrario a la moderación  y a la continencia. Creo que era porque me quedaba “privado”, sin respirar desde que tenía meses. Toda la casa entraba en pánico, me lanzaban al aire como método de recuperación y a la vuelta sonreía y brillaba. De ahí vienen mis dotes acrobáticas, me sentía un hombre feliz, con tan poca cosa, con la sensación de volar, de morir.

Todo esto lo cuento sin contemplaciones, quizá porque me hago mayor, más egoísta, me hago viejo, un viejo gruñón como mi padre, al que no aguanta ni mi hija. Hoy es mi cumpleaños, e igual que vine puedo irme. Como el general Custer moriré con las botas puestas, las botas de conducir.  Quedarán mis motos, la colección de bicicletas, y los coches, el Quad, el Suzuki Jimny tuneado, todas mis herramientas, los cascos, el taller, el halcón y las flechas, la jaula, mi garaje blanco, todas mis cosas, se quedarán ahí en tierra de nadie. He pasado la mayoría del tiempo aguantando la respiración como si fuera una eternidad. Sin saber que hacer exactamente. Lo único que sé, es que la vida no es tan importante como todos creen, sólo hay que intentar respirar como cada uno pueda y vivir sin preocupaciones.