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Las ciudades también son personas que queremos, sus sitios son trozos de nuestra memoria, de la pequeña historia personal. Lo que escribí ayer en los minutos finales de estancia y se llevó la fuerza de la naturaleza, la falta de retentiva, el poder de la máquina.

Esta ciudad tiene la capacidad de convertir la suerte en aliada. Otra vez la visita ha estado marcada por la contradicción entre la levedad del ser y la dificultad del no ser. Cuando vuelvo de allí me siento turbado y “speedico”. No pasa nada, todo se puede rescatar como se reinventa el recuerdo de los lugares por los que pasamos. Han sido un cúmulo de sensaciones mí último paso por su calles, el río y sus orillas. Toda la ciudad flotando en mi pecho como una máquina imparable, rebosante de energía. 

Ahora me enfrento a una urbe nueva, desprovista de ilusión, carente de lo que existía. Se ha producido una contrariedad, como yo mismo o el ciclo por el que atravesamos. Y entre el frío y la niebla invisible se vislumbra algo cercano, rayos de un sol irrenunciable. Pensar en esa huella comienza a ser gratificante.

Que gusto tener un paisaje idealizado al que siempre se puede volver. ¿Por qué no ocurrirá lo mismo con la tranquilidad, el sosiego o el amor? Me parece que lo que estoy escribiendo ahora aquí es muy diferente a lo que escribí ayer en la primitiva ciudad. Porque todo es aquí desigual y yo soy otro y el mundo es el mismo disfrazado de futuro esperanzador.