:: la infancia de días impasibles

Van a cerrar el parque. 
En los estanques 
nacen de pronto amplias cavernas 
en donde un tenue palpitar de hojas 
denuncia los árboles en sombra. 
Una sangre débil de consistencia 
una savia rosácea, 
se ha vertido sin descanso 
en ciertos rincones del bosque, 
sobre ciertos bancos. 
Van a cerrar el parque y la infancia de días impasibles y asoleados,
 se perderá para siempre en la irrescatable tiniebla. 
He alzado un brazo para impedirlo; 
ahora, más tarde, cuando ya nada puede hacerse. 
Intento llamar y una gasa funeral 
me ahoga todo sonido 
no dejando otra vida 
que esta de cada día 
usada y ajena 
a la tensa vigilia de otros años. 

“Señal” de Los trabajos perdidos. Álvaro Mutis

imagen (fragmento):: calber, de la serie: “LYRICAL FAMILY”

“EL TÍO DE MUTIS METE UN GOL” 2023.

 Celebrando los 9 años de Álvaro de tercero de Primaria.


En la siempre postergada y siempre interrumpida tarea de poner un relativo y enigmático orden en mis libros, suelo encontrar, para alimento de mi nostalgia y razón de mis sueños, algunos cuya lectura nos formó para siempre y dejaron en nosotros ecos, sabores, escenas y personas que serán el cortejo siempre presente y siempre fiel que ha de acompañarnos hasta el último día. No hace mucho me sumergí de nuevo en el caos de mis libros por ordenar y quisiera dejar aquí constancia de algunos de esos hallazgos que nos suscitan la mezcla de nostalgia y dicha que mencionaba antes.

Kim, de Rudyard Kipling, fue el primero. Una vez más viajé por la gran ruta que cruza la India y sentí los olores capitosos de las comidas saboreadas a la vera del camino, al caer la tarde. ¿Habrá, me pregunto, libro más hermoso sobre país alguno y que nos deje una imagen tan imperecedera y tan fiel de sus más secretas esencias? Lo dudo. Siempre que abro esta obra de Kipling para recorrer algunas de sus páginas, termino leyéndola por entero. ¿Cuántos adolescentes, cuántos adultos, la leen todavía? No creo que sea un libro para nuestros días. Malos días, entonces, ajenos a una delicia semejante.

Cuatro tomos maltratados, pero aún con los emblemas de Saturnio Calleja, Editor, Barcelona, bien visibles en el lomo, me regresan a mis nueve años. Son Los hijos del aire de Emilio Salgari. La nave movida por aire líquido que recorre la China, el Tibet, y parte de Siberia, con sus heroicos tripulantes en busca de aventuras, es una de las más vivas presencias de mis sueños de niño. Superior a toda la serie sobre Sandokán y sólo comparable en riqueza de imaginación y en misterioso exotismo escalofriante a La cimatarra de Buda, Los hijos del aire sigue siendo mi libro favorito del gran italiano que terminara sus días degollándose con su navaja de afeitar.

Cae de pronto en mis manos la hermosa novela de George Eliot, El molino junto al Floss, uno de los libros favoritos de Marcel Proust y, a mi sentir, el modelo más perfecto de la tradición narrativa inglesa, la más sólida y rica de todos los tiempos, sin lugar a dudas. Un deseo, casi una urgencia de volver a leer el libro de la autora de Middlemarch, me lleva a ponerlo de lado junto a mis próximas lecturas. Tendrá que esperar un buen trecho, porque la mesa de noche sigue empedrada de buenas intenciones de relecturas inaplazables.

Y, de pronto, me asalta, atenazante y sombría, la duda que fuera motivo para uno de los más bellos poemas de Borges y que, dicha en llana y desteñida prosa, vendría a preguntar: ¿cuántos libros amados se quedarán ya sin ser releídos? ¿Cuánta felicidad y cuánta mina de ensueño y aventura se han clausurado para siempre, sin que nosotros sepamos? Para curar de alguna manera tan penoso interrogante, más nos vale internarnos de nuevo y sin demora en las inteligentes y cáusticas páginas de Sainte-Beuve, remedio infalible para esta clase de nostálgicos achaques.
Álvaro Mutis. Novedades, México, 29 de noviembre de 1980