:: museo del Prado

 

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Los cuadros pueblan todos los rincones de la Tierra, incluso los más inhóspitos. Sus características generales están bien definidas y sus interacciones crean museos y plazas en el planeta del arte. El significado que esconden los lienzos existe y se ha originado a partir de otras pinturas, todas proceden de un antepasado común, de los reinos, los incendios y las guerras. A mediados del siglo XIX, hicimos la misma excursión al Museo del Prado, por entonces cerraba los días de lluvia. En 1921 vino el doctor toledano a traer parte de nuestro legado. Y el viernes volvimos, para encontrarnos, esta vez con Isabel de Braganza, David y Goliat, Lisa Gherardini, Nicolasito Pertusato, el espíritu de Tony Leblanc, en la sala de tapices y Juan el evangelista que parece dialogar con alguien próximo, al que muestra el cáliz con la serpiente alada. Intenta hablar con la visita que ha venido del pueblo con viandas y para saludar.

En la sorpresa, en la emoción, todas las funciones químicas básicas de nuestro organismo han reaccionado en el corazón del Prado: la comunicación en el rojo de las musas en Villa Adriana, la respiración de Goya, el crecimiento del Greco, la división de Juan Pantoja de la Cruz, el movimiento de Caravaggio, la digestión de Velazquez. Todos los cuadros están formados por células. La célula es la unidad funcional de las obras de arte. Al tejido del Edificio Villanueva se acerca la madre, el padre y el hermano por primera vez, para convertir el Real Gabinete de Historia Natural en el hogar de la pintura, en la tierra de la abundancia. En el viaje hemos profundizado en cómo se organiza una familia, para formar estructuras superiores que les llevan al descubrimiento de su relato pictórico, para pasar un día memorable, en el museo interior.